Previo




Mi padre Angel Lalinde Acereda,
en una imagen humoristica de juventud.
Abajo: Algunos miembros de la O.P.I. (Miguel Labordeta,
Rotellar, Pinillos, Emilio Lalinde, Ferrero,
un sobrino de Buñuel y Julio Antonio Gómez).
Más abajo:  Rotellar, Julio A. Gómez, Emilio Lalinde,
Pinillos, Miguel Labordeta y Emilio Gastón.


Veinte años después del fallecimento de mi padre, la muerte de mi madre, señaló en cierto modo el fin de mi infancia. Una vez cortado el último nexo con mis projenitores acometo este trabajo no sin cierta melancolía y acaso con algo de sorpresa por mi tardía pero segura conversión en lo que podría llamarse "un hombre". Los modernos avances de la medicina y la ociosa vida occidental convierten la merecida longevidad de nuestros padres en un lánguido y casi eterno rito de iniciación.
Al final de este largo proceso, la vida ya nos ha proporcionado todo tipo de avatares. La muerte, llegado este momento, es una vieja conocida. Cierto desencanto vital y algunas habilidades en el arte de surfear la ola existencial nos dotan de una perspectiva bien acorazada ante estos momentos tan amargos. Para entonces nuestros padres han pasado a ser, de alguna forma, compañeros humanos en la lucha por sobrevivir. Una suerte de solidaridad ancestral que nos sitúa claramente en la cadena latente de altas y bajas de nuestra especie. Todos los hechos y pasajes señalados en la historia familiar se muestran entonces como gestas ejemplares para el resto de la humanidad. Aunque en verdad, solo el valor singular de sus episodios cotidianos, de la genialidad personal de nuestros antecesores conforman realmente una historia, la historia de los hombres. Algunos de estos episodios los relataré aquí, otros, la mayoria, quedarán como historias domésticas de mi familia y resonaran exclusivamente por el cosmos en su viaje a la posteridad.
Mi padre fue un ser extraordinario, con el fino humor de la tristeza oculta, de la melancolía profunda, llevaba hasta el delirio de risa a cuantos le acompañaban como intentando ocultarles la amarga realidad de la vida o esperando tal vez, poder consolarnos. Esta aguda percepción de las cosas le llevó a a ser un fantástico dibujante. Observar como pasaba el lápiz por la hoja en blanco y ver al instante conformar figuras, rostros o paisajes a velocidad insospechada provocaba en mi una descarga tal de endorfinas y adrenalinas que reía enbobado con los ojos abiertos como platos.
Mi madre, seguidora fiel de mi padre, fue su complemento perfecto, nunca le escuchamos un quejido. Siempre riendo, acepto de buen grado cuanto le dió la vida en los malos y en los buenos tiempos. Supo entender la existencia, la suya y la de los demás con gran clarividencia. Ahora, al leer sus cartas de amor, celosamente guardadas, enternece comprender el germen de su historia, las primeras citas, las ilusiones y todas las peripecias propias de un ambiente de postguerra.
Aunque mi padre nunca fue reconocido en vida, tal vez debido a su propio carácter recogido y poco dado al autobombo, era un gran artista, gran acuarelista y mejor dibujante, sus allegados y amigos lo tuvieron por ello y esto le fue suficiente. En la familia, no obstante, el aclamado como "genio" fue su hermano Emilio. En parte debido a su temprana muerte.
Emilio Lalinde frecuentó las tertulias del cafe Niké y fundo junto a Miguel Labordeta y Gil Comín Gargallo, la O.P.I. (Oficina Poetica Internacional). Así se refiere a ella la Enciclopedia Aragonesa : la O.P.I. gozó de doce o catorce años de regocijante existencia, como fecunda parodia de las estructuras burocráticas oficiales de la cultura. Los poetas admitidos en la O.P.I., según su importancia, eran clasificados como jaunakos, unguejollos u opicilos, es decir, de primera, de segunda y de tercera clase. Presidían las ceremonias el propio Miguel y Manuel Pinillos.
La O.P.I. se internacionalizó con la aparición en escena de Daisy Aldan, poeta y escritora neoyorkina, quien se convirtió en la musa del grupo y en su corresponsal en Nueva York, misión que al parecer le llevó a realizar en Estados Unidos diversos actos y conferencias en los años 60 sobre el grupo del Niké y los poetas de la O.P.I. En cuanto a Emilio, su pronta muerte le convirtió en mito familiar, y su obra poética (recientemente recopilada, más no publicada) fue escondida durante décadas, sufriendo diversas vicisitudes...
La Enciclopedia Aragonesa explica respecto a su fallecimiento y el del resto del grupo lo siguiente: Cuando la O.P.I. había alcanzado prestigio nacional, mereciendo, incluso, un programa especial de la segunda cadena de T.V.E., la muerte comenzó a cebarse en sus filas. Había sido Emilio Lalinde el primer miembro de la O.P.I. en morir en plena juventud. Por extraños motivos de burocracia sanitaria su hermano, Miguel Labordeta y Emilio Alfaro subieron hasta su domicilio el cadáver sentado en el sillín del ascensor. Poco después fallecía el poeta Cándido Castillo, iniciando un auténtico vendaval de muerte sobre la O.P.I. Gaspar Gracián, pintor, escenógrafo y figurinista, aparecía desintegrado en su lecho tres meses después de fallecer; Miguel Labordeta, el gran poeta aragonés del siglo XX, perecía asimismo durante el sueño; un nuevo infarto aniquilaba a Raimundo Salas, el poeta de la bondad; Felipe Bernardos moría en accidente de carretera; Eduardo Valdivia, el mejor narrador aragonés de su tiempo, era víctima del cáncer y, cerrando la macabra lista, Manuel Sopeña abandonaba su silla de Niké para siempre.
Mi padre, tras este episodio vivió alterado durante un tiempo, pues al parecer antes de morir, Emilio le susurró unas misteriosas palabras al oido y debido tal vez a las pocas fuerzas que le restaban en aquellos momentos, o al trauma de mi padre por verlo morir, no logró entender su mensaje final.
Emilio, fue diferente a todos. Con el tremendo humor de nuestra estirpe, acabó curiosamente por forjar una poesía de carácter intensamente místico. Intentando incluso tomar los hábitos. La preocupación por la muerte y el humor negro a veces van de la mano más de lo que puede suponerse.
Basten estas líneas de momento para cubrir esta introducción de carácter familiar que no pretende de ninguna forma ser un atisbo de lo que este blog pretende ser.




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