El sol, irradiando persistentemente sobre Cadaqués había tostado poco a poco el el rostro afilado del pintor. El traje de franela descoloca temporalmente el bronceado, dándole carácter de condición habitual. Probablemente una gracia secreta acaba de surgir de sus labios mientras aprieta a su amada contra sí. Una pequeña representación para el regocijo de Gala. Ella rie enamorada, y él se deja reir. Los momentos amargos quedan en suspenso. La mano izquierda de ella, probablemente reposa con cariño sobre su pierna. El sol lo reclama hacia la ventana. Sin embargo, ambos cuerpos se funden en el centro, convertidos en amantes siameses. La mano de Gala acaricia dulce, la mejilla del pintor. Es una mano maternal, algo hombruna. Podría abofetearlo pero se comporta con delicadeza. Casi se diría que fuera la mano del propio Dali, acariciándose a sí mismo. Una mano de escayola en la escuela de dibujo. Los cabellos lacios y sedosos de ambos nos hacen pensar en lo poco efectivos que son los nuevos productos
de cosmética capilar. Tal vez la denostada sal marina sea la clave de su cuidado. El labio superior de Salvador insinúa la necesidad de dar a luz el futuro bigotito, una antena que atraparía las ondas cerebrales de Gala, Causando a su vez interferencias con las hormigas
y los erizos en las rocas. Una perlas negras adornan elegantemente a nuestra musa. Tanto como las bonitas patas de gallo que remarcan
la hilaridad del momento. Reir enamorados, en una alquimia lisérgica. La eterna representacion. El cortejo cósmico.
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario